Desde que se cruzaron nuestras miradas en una fiesta, supe que le deseaba.
Pensar en comerle la boca, en sentir su polla en mis labios me turbaba.
Coincidimos alguna otra vez, encuentros formales, y cada vez le encontraba más morbo, era una inevitable atracción.
Pasaron algunos meses.
Salimos una noche, tomamos una copas y charlamos, me pareció un tipo interesante, un gamberro inteligente, habíamos quedado en reunirnos con otra gente, de camino en el taxi nos besamos, besos guarros, con ansía, mordiéndonos, calentándonos, con muchas risas.
Terminamos con todo el grupo en un local bailando.
La música y el alcohol se unieron a la fiesta, no importaba donde el ritmo llevase mi cuerpo de alguna manera siempre terminaba cerca de él, nos fuimos besando y metiendo mano infinidad de veces, guarros, descarados.
Dolorosamente caliente.
Nos metimos en otro taxi y terminamos en su casa.
Tengo flashes del recorrido en el taxi, de cómo la lujuria se iba apoderando de nuestros cuerpos, intentando contenernos, intentándolo...
Una habitación grande, una cama grande al final de unas empinadas escaleras, todo un reto para mis altísimos tacones y el exceso de gin tonic.
Sonriente de pura lascivia, mi sexo mojado, imágenes de su enorme polla en mi boca, de mi espalda curvándose al ritmo de sus embestidas, de mis manos oprimiendo sus huevos con fuerza, sus ojos cerrados, sus gemidos de placer, el deseo palpitando pum pum
Un polvo guarro, deliciosamente cerdo.